¿Alguna vez te has preguntado por el sentido de tu vida? Estoy seguro que en algún momento has sentido que pierdes la motivación y las ganas de hacer las cosas, incluso las que te más te gustan.
Estamos tan acostumbrados a vivir por fuera, alejados de nuestro mundo interior; es
decir, de forma superficial, sin sentido y nos sentimos agobiados por el trabajo, responsabilidades
familiares, estrés, incapacidad para decir ‘no’, falta de espacio para la
reflexión, etc.; todo esto naturalmente provoca que no nos conozcamos y
resultemos siendo extraños incluso frente a nosotros mismo.
Por ejemplo, había un anciano que había recopilado objetos extraños
durante toda su vida, decidió poner una tienda para venderlos y dedicarse a
ello el resto de su vida. En cierta ocasión, entró un turista a la tienda y se
puso a hablar con él acerca de la infinidad de cosas que había en aquel lugar. Al
final preguntó el turista al anciano: “¿Cuál diría usted que es lo más extraño
que hay en esta tienda?” El anciano echó una ojeada a los centenares de objetos
(animales disecados, cráneos, peces y pájaros enmarcados, insectos, hallazgos
arqueológicos, etc.), se volvió al turista y le dijo: “Sin duda alguna, lo más extraño
para mí en esta tienda soy yo”.
Es difícil aceptarlo, pero a veces, con el trajín del día a día,
terminamos olvidando quienes somos y al mirarnos al espejo (es decir al mirar
nuestro interior), solo vemos que cada vez somos más extraños.
Nuestra vida por fuera.
El ser humano es un ser de preguntas; por ejemplo desde que aprendemos
a hablar hasta los 5 años preguntamos ‘¿Qué es esto? ¿Qué es aquello?’; de los
6 a los 10 años preguntamos ‘¿Por qué esto? ¿Por qué aquello?’ (Hasta aquí
preguntas sobre el mundo exterior); finalmente en la adolescencia y adultez nos
preguntamos '¿Quién soy?', es decir '¿Para qué estoy hecho?' Y pasamos de preguntas
sobre el mundo exterior a preguntas sobre mí mundo interior.
Durante esta etapa de nuestra vida pasamos por un proceso para
descubrir ¿Quién soy? y lo hacemos a través de estudios, especialidades, maestrías,
trabajos, proyectos, etc.; pero tarde o temprano esto se convierten en nuestras
barreras y cuando nos queda un poco de tiempo para empezar a entrar en uno
mismo; es decir tiempo para pensar y reflexionar sobre mí y sobre lo que hago y
cómo lo estoy haciendo; colocamos nuevos obstáculos como televisión, internet,
Facebook, más trabajo, música, fiestas, alcohol, drogas, pastillas u otros y
evitamos ir más allá, evitamos entrar en uno mismo.
Terminamos acostumbrándonos a estas barreras y cada vez se nos hace
más difícil romperlas; eso me recuerda a la historia de un oso que recorría
constantemente, arriba y abajo, los seis metros de largo de su jaula. Cuando,
al cabo de cinco años, los domadores quitaron la jaula, el oso siguió
recorriendo arriba y abajo los mismos seis metros, como si aún estuviera en la
jaula. Y lo estaba... para él. ¿Cuál es tu jaula? ¿Qué es lo que no te deja
entrar en ti mismo y descubrirte? ¿Descubrir quién eres y para qué estás hecho?
Vivimos, sí, pero no se sabe para qué y reemplazamos el
para qué (que representa un fin) con pequeñas cosas (que son solo medios) como
placeres, comodidad, posición social o fama, dinero, etc.
Para romper esta barrera es necesario pasar del ‘hago, luego existo’,
al ‘soy, luego hago’. El primero (hago, luego existo), produce frialdad, estrés
y una vida estéril sin motivaciones; por el contrario, el segundo (soy, luego
hago), produce una vida con sentido, es decir reconocer que nuestra vida es
importante.
En una ocasión un maestro explicaba en clase los inventos más
importantes de los últimos años y preguntó a los alumnos “¿Quién de ustedes
puede mencionar algo importante que no existiera hace cincuenta años?”. Un
alumno levantó rápidamente la mano y dijo: “¡Yo!”; este alumno descubrió de una
manera simple que él es importante, y tú ¿Te consideras importante? ¿Tu vida
tiene sentido?
Derrumbando el miedo a entrar en
nosotros mismos.
Vemos nuestro mundo interior como un cuarto cerrado y oscuro al que no
se ha entrado hace años, y cuanto más tiempo pasa, menos ganas dan de entrar; ese
miedo de encontrar cosas dolorosas, tristes, heridas del pasado, sueños no
cumplidos, nos obliga a vivir en el terreno conocido (en nuestra jaula), así
que mejor seguimos con nuestra rutina, la casa, el trabajo, el deporte, los
amigos, amigas; todo esto una y otra vez, uno y otro mes, uno y otro año y
hasta no derrumbar el miedo a entrar en nosotros mismos y enfrentarnos con lo que nos encontremos, todo lo que está en
ese cuarto oscuro nos seguirá molestamente a donde vayamos.
En una ocasión un paciente, desesperado, le dijo al psiquiatra: “Tengo
un problema conmigo mismo, quisiera dejarlo todo e irme”, el psiquiatra le dijo
“Hágalo, tómese un descanso y despéjese”, a lo que el paciente respondió: “El
problema es que vaya a donde vaya, tengo que ir conmigo mismo... ¡y eso lo
malogra todo!” ¿Estás dispuesto a entrar en ti mismo para encontrar el sentido
de la vida, así te encuentres con cosas dolorosas y heridas que están aún
abiertas?
Vivir una vida así, nos “calma” y hasta nos justificamos “No tengo
tiempo para mí”, pero siempre queda un mal sabor, un sentimiento de no estar
haciendo bien las cosas, como si camináramos sobre hielo delgado a punto de
romperse, vivimos con inseguridad y desconfianza.
“No tengas miedo, entra en ti mismo”
Un día una mujer salió de la ducha -completamente desnuda, como es
lógico- y, cuando iba a coger la toalla, vio, horrorizada, que había un hombre
en un andamio limpiando la ventana y mirándola complacido. Le produjo tal
sorpresa la inesperada aparición que se quedó totalmente paralizada, mirando
asombrada a aquel sujeto, el cual le dijo “¿Qué pasa, señora?, ¿nunca ha visto
a un limpia ventanas?”.
Esta historia nos enseña que no debes tener miedo a encontrarte a ti
mismo, nadie verá tu desnudez, ni tu miseria, sólo podrás darte cuenta que te
falta y sólo tú podrás descubrir realmente quién eres, y verás que tu vida
empezará a tener un sentido: No tengas miedo entra en ti mismo y descubre las
maravillas que hay en ti.